SEMILLAS, ABORTOS Y CONSOLADORES

Extracto de "Las joyas de la reina", nota de Angel Berlanga publicada en RADAR, Diario Página 12, Domingo, 28 de marzo de 201, disponible en:

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-6028-2010-04-03.html


(...) Schávelzon cuenta que Buenos Aires tuvo, como muchas ciudades de América latina o del mundo, construcciones bajo tierra con distintas funciones. “Era absolutamente normal –explica–. La tecnología soluciona hoy muchas necesidades elementales que antes también existían. En verano, al no poder generar frío, se te pudría la comida y entonces había que encontrar la forma de mantener las cosas a cierta temperatura, estable más que fría. Un sótano era perfecto para eso. Hasta yo conocí el sótano en el que la abuelita guardaba mermeladas y carnes. Cuando aparece la cisterna de un aljibe de una familia de dinero, que por ahí tiene siete metros de alto, cinco de ancho y un agujero finito para meterse, que estuvo más de un siglo cerrada, se desata el imaginario: alguno se asusta, dice uh, dónde va esto, ¿saldrá hasta el Machu Picchu? Son pocos los que se meten a limpiarla y a estudiarla. Los pozos de basura se hacían en el fondo y ahí se tiraba hasta que se llenaban; luego se hacía otro, al lado. Hay casas antiguas que tienen seis u ocho, llenos, y es sensacional, porque tenés toda la historia de una familia. Hoy sería muy loco tener en el fondo de tu casa una fosa con olor a basura, pero por entonces no había otra forma: era eso o la vereda.”

En los trabajos realizados en la casa de Alsina 455, que perteneció a María Josefa Ezcurra, cuñada de Rosas, Schávelzon encontró algo que en principio le generó curiosidad y luego asombro. “En el pozo de basura de esa casa aparecieron semillas de todo tipo: la gente comía un tomate o una sandía y ahí tiraban las semillas –cuenta–. Eso se manda a una persona especializada en identificarlas, que con el microscopio te puede decir qué es cada cosa. Y había unas que, si bien son muy comunes en el arbolado de Buenos Aires, no sabíamos qué hacían ahí, junto a la comida. Y entonces se nos ocurrió ver si no tenían alguna función que no fuera ornamental o alimentaria. Porque había muchas. Bueno: resulta que era un abortivo. Eso nos permite pensar que alguien en esa casa, entre 1801 y 1820, abortó o intentó abortar. Qué pasó, cómo y quién fue, no lo sabremos; pero esas semillas dan la pauta de que la gente intentaba resolver los problemas de su vida cotidiana de la forma que podía. No sé cuán eficiente era eso, yo no las probé”, se ríe Schávelzon. ¿Y descartan que parte del arbolado al que refiere fuera a parar a la basura? “Es que estaban muy mezcladas con restos de alimentos, huesos, etc. –responde–. Y si fuera del arbolado estaría el resto, no sólo las semillas. Además el arbolado en Buenos Aires es posterior, surge con Sarmiento. Podían haber llegado volando dos o tres, con el viento, pero no en esa cantidad, y en un contexto básicamente de restos de cocina.”
Por sobre objetos puntuales a Schávelzon le interesa centrarse en algo que era inimaginable en esta ciudad, dice, en 1985, cuando hizo la primera excavación: que debajo de la ciudad hubiera arqueología. “Incluso hoy quedan profesionales que todavía piensan que estos hallazgos no tienen valor ni significación, que en realidad no son más que cachivaches que quedaron por ahí –dice–. Acá abajo hay 400 y pico de años de historia, y con cada casa antigua que cae se va también lo que hay debajo, que ni siquiera sabemos qué era; a lo de arriba le podemos sacar una foto, pero a lo de abajo se lo lleva la máquina al volquete, y si no estás en ese momento, se fue. Acá hay cosas que nos hablan de nosotros y subsisten en condiciones estables, que pueden ser interpretadas. A la gente le llaman mucho la atención los objetos y hay algunos, por supuesto, que obviamente son extraños. Ahí Federico Andahazi se mandó un tomo con algo que encontré, unos objetos pornográficos, palos de madera.” En Bolívar 238, casa de la familia Cobo-Lavalle, Schávelzon encontró, además de juguetes, un telescopio, restos de rifles, tinteros, pinceles y también placas de porcelana con escenas sexuales y tres objetos fálicos de madera. Están datados entre 1860 y 1895. “Bueno, fantástico –sigue Schávelzon–. Andahazi se engancha y manda ahí toda una historia sobre su uso, averiguó quién era el carpintero que los hacía, buenísimo. Pero el objeto en sí no es importante, sino que de repente se abre una puerta a un tema como la vida sexual en una época de la cual no sabemos casi nada.” (...)